martes, 27 de marzo de 2012

LA ÚLTIMA BALA (BORGES)

En el ejemplar nº49 de "Revista Multicolor de los Sábados" apareció el cuento "La última bala", firmado por un tal Pascual Güida. En el relato, abajo puede leerse "Ilustración del autor". En realidad Pascual Güida era un dibujante asiduo de tal revista, no figurando como autor de ningún otro texto, salvo este; de aquí se desprendió (y por su inconfundible estilo narrativo) que el autor no es otro que el gran Borges, siempre rondando los temas del coraje y el duelo.

LA ÚLTIMA BALA 

Esto aconteció en los alrededores de la sección segunda, en el barrio de la Cañada que más bien le dice del Sapo. De ese lado se pone el sol. Luego de alumbrar las calles del centro, las casas de familia y los orondos edificios públicos que hay alrededor de la plaza, la luz del día tiene que morir en ese barrio chúcaro. Las casas, en el barrio del Sapo están como desparramadas. Hay un arroyo de la más extremista, que vacila entre la sequía y la inundación. Hay unas vereditas altas muy desparejas. Hay perros sueltos que reclaman el cascotazo. Hay sauces, charcos, hornos de ladrillos, herrerías y vastos corralones. Hay alguna casa de mala vida, con una ventanita donde palpan de armas al cliente, y un enorme patio de tierra, con variadas gallinas picoteadoras y un gallo compadrón. Hay el concurrido almacén del vasco Letamendi. Ahora lo han revocado (hablo del almacén) y creo que se llama El Emporio, pero en los días de mi historia se le podían contar los ladrillosy le decían La Paloma. Junto al despacho de bebidas hay una pieza grande con una mesa larga en el medio, hecha como de encargo para jugar al monte o al truco, que es lo que sucede todas las noches. En las paredes, en la puerta que da al boliche y en el marco de una ventana, hay todavía cinco orificios. El puntual investigador que no dé con todos, puede pedir que Letamendi le muestre el preciso lugar, pero le advierto que ese tema no es de los preferidos del vasco... Letamendi, créanme, es todavía un hombre fornido.
Entonces (hablo de cuando el Lujanero cayó por Chivilcoy, allá por el 915 ó 916) Letamendi era un hombrón a lo toro, de pocas, y definitivas palabras, capaz de enormes abstinencias y de enormes orgías. Era esquinado, rubio, macizo, con pinta de alto, aunque su estatura no pasaba de lo normal. No era ni creyente ni ateo, lo que quiere decir que el fanatismo típico de los vascos estaba disponible en él. A la mesa larga caían jugadores de toda clase -viajantes, vagos, compadritos, troperos- así que no faltaban las ocasiones. El Lujanero de quien ya hablé fue de los que inspiraron su ira..
Si éste fuera un cuento inventado, yo sabría por qué se disgustaron esos dos hombres y diría que fue por una mujer (lo que matizaría un poco la ilustración), o por alguna trampa del Lujanero -lo que es más económico y verosímil. Ahora que lo pienso estoy casi absolutamente seguro que fue ésa la razón. No me cxonsta que el Lujanero fuera un tahúr, pero es un rasgo que completaría bien su silueta. Lo que me cuesta creer es que se dejara pescar...
No sé si se llamaba Suárez o Juárez. Cuando en Chivilcoy se acuerdan del caso (y cada vez que se habla de coraje o de puntería no falta una alusión) lo nombran simplemente El Lujanero, o, sino, Viborita, que fue su primer sobrenombre, aunque ninguno se lo dijo en la cara. Yo desearía que los que van a leer esta anécdota se los imaginaran bien a los personajes, que son Letamendi y el otro. Del vasco ya les dije lo necesario; del Lujanero les diré que era un compadrito a lo víbora, trajeado seriamente negro, con un chamberguito rabón sobre la melena. Era petizo y por eso y por vanidad iba como empinado en los zapatos, que ten´ñian el taco alto. Era de rasgos achinados y para contrastar perfectamente con su enemigo no le faltaba más que tener el pelo muy negro. Lo tenía rojizo, muy aceitado, con un jopo fatal.
Arribó a Chivilcoy, dicen que disparando de Zárate para no dialogar con el comisari -y con los parientes del muerto. Lo cierto es que visteaba muy bien. Acaso, alguna vez, se le fue la mano.
Al mes de estar en Chivilcoy (y de concurrir muy seguido al almacén del vasco) tuvieron el disgusto los dos. De lo más serio tiene que haber sido el asunto, porque el vasco anduvo diciendo que le había prohibido a ese ladrón que pusiera los pies en su casa y que si trataba de hacerlo lo mataría.
Viborita lo supo y dejó pasar unas noches. Esperó sin apuro la del sábado, que era la de más concurrencia. A eso de las 10 entró al almacén, con el chamberguito requintado sobre los ojos. El juego iba a empezar de un momento a otro. Todos lo esperaban a Letamendi, que estaba despachando una caña en el mostrador. En eso (como digo) entró Suárez.
Habló con infinita dulzura. Dijo que más de uno le había contado que si ponía los pies en el boliche lo iba a matar el vasco y que él venía a probar si era cierto y si el vasco era un hombre de palabra o una basura. Esas cosas las dijo con suavidad, pero bien fuerte, como para ser oído por todos. La gente olió tormenta y se abrió.
El Vasco lo escuchó como una montaña. Cobró la caña, devolvió el cambio, y le dijo al provocador que pasar a la pieza contigua: la de la mesa larga y los naipes. (Ni un alma había quedado en ella.)
En esa pieza entraron los dos. Letamendi cerró la puerta con llave. La gente se agolpó sobre el tabique, para espiar la pelea.
El Vasco fue al cajón del aparador, sacó un revolver Colt y alzó el brazo derecho con gravedad. Suárez no le quitaba los ojos. Estaba agazapado a la espera del estruendo que iba a tumbarlo, la mano metida en el saco, sobre el cuchillo inútil.
A pocos pasos de distancia Letamendi hizo fuego. Entonces ocurrió el primer milagro. Con una ligereza de indio o de tigre, Suárez había cuerpeado el balazo, saltando a la derecha. Ahora estaba cerca de la ventana. Casi inmediatamente sonó la segunda descarga, también sin resultado.
¡Dos balazos tirados a pulso firme y el Lujanero sin un rasguño! El duelo cambió desde ese momento. Letamendi sintió que sólo las cuatro balas restantes lo separaban del cuchillo de Suárez, el cuchillo que el otro no había sacado y que le rajaría el vientre o el pecho.
¿Cuánto duró aquel duelo? Cuando tocó a su fin todos pensaban que sería la medianoche, pero en realidad no alcanzó a los tres cuartos de hora. Suárez aprovechaba la mesa larga para mantener su distancia; tampoco Letamendi le convenía cerrarla mucho. Los dos se desplazaban con una especia de lentitud ansiosa, los ojos en los ojos.
Con el tiempo las descargas iban raleando.
No me olvidaré del quinto disparo. Previniendo un quite del Lujanero, el hombre del revólver hizo fuego un poco a la derecha, ; el hombre del cuchillo no se movió.
"¡Cinco!", dijo alguno en voz alta. Quedaba una bala. (El Vasco, ahora estaba cerca de la ventana.)
Terroso, envejecido, Letamendi arrojó el revolver sobre la mesa. El arma cayó encima de las barajas, desparramándolas. Letamendi retrocedió, esperando que el otro la recogiera y lo acabara de una buena vez.
Suárez ni la miró.
-Abra esa puerta, amigo- ordenó con tranquilidad.
El Vasco obedeció, sin atreverse a una palabra de gratitud.
¡Extraño duelo, sin palabras ni sangre, en que el vencedor no había sacado el cuchillo!
Suárez salió despacio. (Yo fui de los que vieron aquel encuentro de brusca decisión y adivinación; yo sé que no lo olvidaré.)


FIN  



2 comentarios:

  1. Me gustó mucho, pero no crees que sería todavía mas enriquecedor hacer un comentario sobre el cuento, quizás contarnos en qué se parece a uno del mismo autor como La Intrusa? (disculpa no estoy segura del título), o cuáles son los argumentos que hacen pensar que definitivamente el cuento es de Borges? Muchas gracias por el cuento, tienes un libro muy interesante.

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  2. Nydian J: muchas gracias por tu visita, y más por dejar tu opinión. Bueno, yo no soy un experto Borgeano para declarar su autenticidad; de hecho, esto se aclara en el libro mencionado, donde se cuenta la relación amistosa entre Borges y Gûida, de la cual nace esta particular anécdota, de hacerse pasar por el dibujante. Los temas del duelo, el coraje y los compadritos son temas caros a Borges, abordados siempre, desde una u otra perspectiva, por él. Este relato es incofundiblemente suyo, por estos temas, y por el estilo narrativo. Ya releeré La Intrusa (no lo tengo claro al relato ahora) y seguiremos dialogando sobre este tema. Siempre invitada a pasar y opinar! Un saludo cordial

    Alberto Di Francisco

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